Nunca me había dado cuenta de que vivía en un laberinto, hasta el momento en que al doblar en una esquina me encontré frente al Minotauro.
No se sorprendió de verme allí, en realidad creo que se sintió algo incómodo. Si en lugar de doblar a la derecha hubiera girado a la izquierda como solía hacerlo siempre ese encuentro jamás hubiera sucedido. Pero sucedió, y ya que estábamos ahí, uno frente al otro, tan cerca que podía sentir su olor a transpiración, no tuve mejor idea que decirle ¡Hola! ¿qué onda? El Minotauro se tomó la cabeza, maldijo su suerte y resignado se recostó contra la pared. Estás en mi laberinto me dijo. Me sonreí y al principio creí que era un minotauro desquiciado. Pero luego empezó a explicarme y lo hizo tan bien y con tanta sinceridad que al fin entendí que aquella ciudad en la que yo había crecido no era más que un laberinto de donde sólo algunos afortunados habían logrado salir. ¿Y entonces?, le pregunté al Minotauro. Entonces, nada, me dijo. Vos hacé lo tuyo que yo voy a tratar de seguir con lo mío. Esto era mucho mejor cuando estaba solo. Solía disfrutar de estar encerrado. Pero ahora con tanta gente, ya no tiene gracia.
Me dio mucha lástima ver así a ese pobre demonio así que lo invité a tomar una cerveza con unos amigos. Le dije que estaba seguro que no había problema que no se pudiera resolver con una buena borrachera. Finalmente aceptó de tanto insistirle. Los muchachos lo aceptaron en seguida. Y le dieron ánimos. Bueno, no todos. A Teseo no le cayó nada bien. No cree ni un poquito en lo que dice el Minotauro sobre que invadimos su laberinto. Teseo es un racista y un discriminador. Se cree muy macho porque toma clases de jujitsu. Además le molestó que su novia Ariadna no le quitara lo ojos de encima a los brazos musculosos de la bestia.
Yo levanté mi copa y brindé por el laberinto, al Minotauro le volvieron a brillar los ojitos, como si de a poco fuera reencontrándose con la felicidad.
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